DESPIOJE EN VALDIVIELSO

 

«Sin pérdida de tiempo se procedió a designar los locales [en los] que en cada pueblo han de ser despiojados todos los transeúntes y demás transeúntes que en sentido desaseado entren en este término.»

Nada menos que CATORCE EDIFICIOS se mencionan a continuación en este pleno celebrado el 21 de agosto de 1919 bajo la presidencia del alcalde don Juan Palencia. ¿Los conocéis? ¿Existen todavía?

En Quecedo, «el local de Carracastro (?)». En Arroyo, «la Torre sita en San Román». En Población, «el edificio del Carrascal». En Valhermosa, «el edificio titulado la Torre». En Hoz, «el edificio titulado Valdestillas (?)». En Tartalés, «el edificio de la Quintana». En Panizares, «el edificio titulado la Tranca». En Condado, «el edificio titulado Sta Cecilia». En Puentearenas, «el edificio titulado las Cuevas». En Valdenoceda, «la Torre». En Quintana, «el edificio del Corral». En El Almiñé, «el edificio San Roque». En Santaolalla, «el edificio del Campo». En Toba, «el edificio del Castillo».

 

Espero que me corrijáis los posibles errores de transcripción y que añadáis información sobre los edificios, porque, si bien alguno es muy notable, sin embargo otros a mí me resultan desconocidos. Por mi parte, dado que la medida tomada por los ediles me parecía en principio un tanto drástica o excesiva, al menos en cuanto a la cantidad de locales designados, me he puesto a buscar información en la prensa de la época.

Desde luego existía en aquellos tiempos una enorme preocupación por el tifus exantemático, una enfermedad gravísima, en muchos casos mortal, que contagiaban los piojos. Estos animalitos proliferaban sobre todo en aquellos lugares donde se daba el hacinamiento de personas y la falta de higiene, como podían ser las posadas en las que pernoctaban los viajeros pobres, que con frecuencia dormían hacinados en estancias bastante parecidas a un pajar o una cuadra. Asimismo eran habituales en las cárceles y los asilos. También vivían a gusto los piojos en los cuarteles, donde a veces las autoridades militares solo se preocupaban de mandar hacer un despioje de la tropa cuando ya había aparecido entre los soldados algún caso de tifus. Si a esto añadimos que muchos mozos volvían a sus casas después de cumplir el servicio militar en Marruecos, donde los piojos y el tifus eran prácticamente habituales entre la tropa, y que estos mozos hacían muchas veces trayectos a pie, caminando de pueblo en pueblo, compartiendo alojamiento en ocasiones con jornaleros del campo y otros viajeros de escasos recursos, está claro que la difusión del bichito entre los llamados “transeúntes” estaba garantizada. Esta situación se refleja claramente en una circular durísima enviada en 1921 por el Gobernador Civil de la provincia de Santander a los alcaldes en relación con las medida a tomar, especialmente con todos los soldados y viajeros procedentes de Marruecos, pero también con otros transeúntes, que no podían «entrar en las poblaciones sin haber sido desinfectados». Se ve que, dos años antes, en 1919, nuestros abuelos valdivielsanos ya estaban al tanto del problema y eran personas adelantadas y muy diligentes a la hora de tomar medidas higiénicas.

¿Y por qué tantos locales? ¿No bastaba con uno o dos para todo el valle? Posiblemente fueran muchos los viajeros que transitaban entonces por Valdivielso y, además, el despioje era complicado. Los piojos no solo vivían en los cuerpos de los afectados, sino también, y especialmente, en las costuras de sus ropas. ¿Quemarlas y darles otras? Pues, no, eso no se hacía, seguramente porque la ropa era muy cara. Aparte de untar con «pomada mercurial» o dar fricciones con petróleo o vinagre al individuo en cuestión, había que someter sus ropas «a temperatura seca de 90 a 100 grados en cualquier estufa», o bien sulfurarlas «intensivamente durante unas cuantas horas, operación que se practica metiendo las ropas en una habitación pequeña, quemando dentro de ella una cantidad de azufre puesto en una cazuela con un poco de alcohol para facilitar su combustión, y tapando las rendijas de ventanas y puertas con tiras de papel pegadas a la madera con un poco de engrudo». Estas eran las instrucciones que daba la prensa de la época y que, sin duda, justificaban la habilitación de un recinto especial donde llevar a cabo el laborioso proceso de despioje. Además, tal vez ningún pueblo quería asumir la tarea, y entonces los astutos ediles optaron por el "café para todos", es decir, que cada pueblo tuviera un local para el despioje.

Felizmente en la actualidad los viajeros llegan, y llegamos, a Valdivielso bien duchados y con la ropa lavada, y por eso nos cuesta ponernos en el lugar de nuestros antepasados de hace casi un siglo. Pero no está de más echar un vistazo al pasado para conocer y comprender cómo se vivía entonces. Había cosas buenas que se han perdido, y otras muy malas que está bien que hayan desaparecido. Mientras me rasco la cabeza, porque pensar en los piojos siempre me da picor, sueño con aquel valle lleno de gente, de animales, de árboles, de setos floridos, de bellas torres y casonas, … y también de extraños locales de los cuales salían los transeúntes limpios y sanos para continuar dichosos su largo camino, o tal vez para quedarse, aún más dichosos, en aquel paraíso que tan higiénicamente los había recibido.

 

Mertxe García Garmilla